Castillo del Cerro de la Horca

El yacimiento del Cerro de la Horca ha mostrado una dilatada ocupación que se extiende desde el periodo prerromano hasta la época nazarí. Hoy en día se reconoce en el Cerro de la Horca la estructura de una fortaleza de grandes dimensiones, vinculada a la antigua fortificación. Esta se erigía a partir de dos recintos defensivos. Uno en la parte superior y otro, más bajo, identificado con el espacio de hábitat. El elemento constructivo principal era la mampostería. Conviene destacar el hallazgo de un fragmento de decoración dorada, de  grandes cantidades de cerámica en verde manganeso y de cuerda seca parcial. Piezas pertenecientes a los siglos X y XI. Estos y otros hallazgos han permitido identificar la antigua fortificación del Cerro del Horca con el originario emplazamiento de Hisn Qannit que citan las fuentes historiográficas. 

El topónimo Hisn Qannit está muy unido a los Banu l-Jali. Este grupo tribal bereber aparece tempranamente con la Cora de Takurunna. Recordemos que la cora era la división territorial existente en las épocas emiral y califal. Esta cora – de Takurunna –  englobaba el territorio que actualmente ocupa la Serranía de Ronda. Los Banu l-Jali constituían el clan hegemónico de la región rondeña y eran capaces de aglutinar y movilizar a los habitantes de Takurunna. 

Hisn Qannit adquiere su protagonismo histórico entre los años 899 y 906, cuando los Banu l-Jali rompen los lazos con los omeyas rebelándose contra el emir Abd Allah. 

Awsaya Ibn Jali, el jefe de este clan bereber asentado en Hisn Qannit, firmó un pacto con el líder de Bobastro Umar Ibn Hafsun, el rebelde por excelencia de la época emiral. Quería con este acuerdo romper los lazos con los omeyas asegurando así sus dominios frente al emir. Esta rebelión contra el emirato omeya fue encabezada por Ibn Hafsun, el ya mencionado líder de Bobastro.

Se puede deducir que el castillo de Hisn Qannit nunca estuvo bajo el control directo de Ibn Hafsun pues los Banu l-Jali nunca prestaron obediencia al rebelde Muladí. Fue más bien una relación entre iguales. La renuncia de Ibn Hafsun al islam y su abrazo al cristianismo conduciría al conflicto interno entre ambos linajes poniendo así fin a esta alianza. 

Fue entonces cuando la fortaleza de Cañete necesitó la ayuda de las tropas omeyas para hacer frente al rebelde Ibn Hafsun. Estas tropas omeyas estaban comandadas por Ahmed B. Muhammad B. Abi. Como resultado, el cabecilla de Hisn Qannit, Awasay Ibn Jali, tuvo que pactar con la dinastía religiosa reinante: los omeyas. Estos le permitirían gobernar en sus territorios pero siempre bajo el control del emir.

Todas estas alianzas políticas y religiosas tuvieron un elemento aglutinador: la religión. Al emir le interesaba la buena relación con los Banu I-Jali. De ese modo podía contar con el apoyo de los Takurunna.

Transcurrido un tiempo, sin saber los motivos concretos, el señor de Cañete rompe nuevamente el vínculo de obediencia con los omeyas. Convirtiéndose, una vez más, en un reducto de rebeldía contra el emir. 

Fue así como en el año 906 el comandante del emirato Ahmed B. Muhammad B. Abi se instaló en Hisn Qannit dando por finalizada la rebelión de los Banu l-Jali. Quedó esta tribu en manos de los omeyas. Los jefes del clan Banu l-Jali fueron trasladados a Córdoba siguiendo la política de los omeyas de alejar a los señores de sus territorios, arrancándolos así de la zona.  

Concluida la rebelión de los Banu I-Jali, la fortaleza de Cañete no vuelve a ser nombrada en los textos andalusíes. Atraviesa, de esta manera, un largo periodo de letargo testimonial.

Las características, la localización geográfica y el difícil acceso han otorgado a este enclave gran importancia histórica. Formaba parte de la línea defensiva de Bobastro junto con Teba, Tolox, Casarabonela y el Torcal de Antequera; regiones que cayeron ante el califato de Córdoba. 

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